martes, 26 de mayo de 2020

Senderos



Corría, la plaza, el piso, las irregularidades del terreno y allí estaba yo, apresurándome, corriendo en línea recta, esquivando. Me reía, y me acordaba de él; daba media vuelta y allá estaba, más pequeño, con su triciclo. Andaba, pedaleaba pero era ineludiblemente más lento y yo, toda piernas largas, toda piernas fuertes, lo superaba con facilidad.
Su pelo brillaba al sol y me quedaba embelesada apreciando el reflejo de sus cabellos, la tersura de su piel infantil, lo pequeño de nuestras manitas. Sus ojos, y una sonrisa difícil, plagadas las muelas de caries; cada vez que se reía, el paraíso de marfil marmolado y para mí era un éxtasis lograr esa respuesta. Lo amaba entonces tan intensamente y él allí, sin saberlo, fuimos creciendo, pero jamás se enamoró.
Atrás han quedado las horas de juego, las carreras y escondidas. Hoy día te veo y mi cuerpo lo deplora, me encantaría salir corriendo para el lado opuesto, pero allí estás: tu sonrisa ahora encantadora de dientes reparados me conmueve, nosotros crecidos y siendo ya perfectos desconocidos.

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